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El mirar filosófico.

  • Foto del escritor: David Muñoz
    David Muñoz
  • 16 feb 2019
  • 2 Min. de lectura

Una noche de navidades, me encontraba en mi casa de Extremadura. De estas noches que terminas de estudiar y te tiras en la cama a saciarte de aburrimiento. En uno de estos pensamientos me detuve en uno en el cual reflexionaba sobre las palabras de María del Carmen Lara Nieto -catedrática de la Universidad de Granada. Que venían a decir algo así como que los filósofos ofrecían una segunda mirada a las cosas.


Aquí se encontraba la diferencia entre ver y mirar. En la primera nos dejamos llevar por los estímulos que llegan a nuestro sentido de la vista. Sin más. Esta actividad es llevada por un tipo de personas que viven de manera superflua. Son personas que han sido arrojadas a la vida. Pero que en ese dejado en el camino, que decía María Zambrano, no se cuestionan nada. Todo lo viven de una manera tal que no llegan a la esencia de las cosas. Pasean durante un atardecer y lo que más le preocupa es llegar a casa antes de que anochezca. En vez de observar el atardecer y sentirlo.


Este ejemplo me facilita desarrollar mi idea al respecto y la cual me cuestioné esa noche.

La vida -y valga la redundancia- hay que vivirla y eso implica sentirla de todas las maneras posibles. Vivir de una manera estética, en el sentido de experimentar cada actividad, cada minuto, cada suspiro. De impregnarse -como si por ósmosis fuera- de la vida.


Volviendo al ejemplo de antes, imaginen que se encuentran por la orilla de un río paseando, en una tarde de primavera. Vivir la vida, en mi parecer sería: sentarse tranquilamente, tocar el agua fresquita, dejar que los últimos rayos de sol incidan sobre la cara con los ojos cerrados. En definitiva, sentir el entorno. Parar por un momento del estrés en el que está sumergida la sociedad actual, que rellena cada hueco del día con numerosas actividades, sin descanso entre ellas.


Esta es una de las principales actividades que tiene la filosofía, el mirar -experimentar- todo lo que se pretende estudiar y una vez se ha producido esa praxis de observar lo que otros pasan de largo, pronunciarse al respecto y dar una visión más amplia del objeto de estudio.


En mi opinión, la filósofa y el filósofo debe de tener dos tipos de miradas. Distingo entre la mirada de niñez y otra mirada de adulto.


En esa primera mirada de niñez, hay que despojarse de toda estructura ya establecida y de todo prejuicio. Y dejar que lleguen a nosotros toda la información posible. Dejarnos sorprender como hacen los niños cuando observan algo nuevo -y se quedan boquiabiertos.


Y una segunda mirada de las cosas, que es la mirada de adulto. Esta mirada consiste en que una vez obtenida toda la información, de que haya entrado sin censura alguna. Entonces entra en juego el pensamiento crítico y dependiendo del objetivo al que se quiera llegar, la filósofa usará un tipo de criterio u otro para esclarecer la verdad que quiera poner sobre la mesa.


Esta es una de las características del filósofo, esa doble mirada de las cosas, esa doble reflexión.


 
 
 

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